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Litenatura

Desde el día 10 de diciembre de 2010 hasta el 7 de enero de 2011 estará abierta al público, en la Biblioteca de Aragón, calle Doctor Cerrada, 22, de Zaragoza, la exposición «Litenatura», con treinta y tres fotografías mías, algunas de las cuales, así como parte de su contenido, se reproducen a continuación.

En la segunda mitad del siglo XIX nacen Maurice Materlinck y Margaret Fountaine. El último año de ese mismo siglo, el día 22 de febrero de 1900, viene al mundo, en un pequeño pueblo de la provincia de Teruel, Luis Buñuel.
Estos tres personajes compartirán a lo largo de toda su existencia idéntica afición: la entomología.
Maurice Materlinck, originario de Gante (Bélgica) convirtió esa pasión en literatura, publicando obras tan hermosas como «La inteligencia de las flores», «La vida de las termitas», «La vida de las hormigas» o «La vida de las abejas». En 1911 le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura.
De Luis Buñuel, uno de los grandes genios de la cinematografía universal, pocos conocen la atracción que, desde niño, despertaron en él los insectos. De hecho, una de sus primeras actividades, cuando en los prolegómenos de su juventud se traslada a Madrid, consiste en colaborar con Don Ignacio Bolivar, uno de los más importantes ortopterólogos de la época, en el Museo de Historia Natural de esa ciudad.
Margaret Fountaine fue una mujer que, a pesar de formar parte de la rígida sociedad victoriana, nunca renunció a seguir su propio camino. Se enamoró de quién quiso y se sabe de dio la vuelta al mundo varias veces para satisfacer su mas grande pasión: las mariposas.
Partiendo de la vida de estos tres interesantísimos personajes, se muestran en la exposición treinta y tres macofotografías de invertebrados, insectos en su mayor parte, extraidas de entre los millares de imágenes obtenidas en los últimos cinco años, en el entorno aragonés del Moncayo.

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Imágenes de las Fiestas del Pilar de Zaragoza, año 2010

Un baño de espuma

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27 de agosto. Con la salida del Cipotegato desde la puerta del consistorio, comienzan las fiestas de San Atilano en una de las ciudades mas hermosas de España: Tarazona. La guerra de los tomates se inicia. El Cipotegato trata de abrirse camino entre la multitud concentrada en la plaza, zafándose de los rojos frutos que le lanzan. En apenas unos minutos el suelo se ha teñido de carmesí al igual que las otrora prendas blancas que visten los zagales del pueblo. Después, las gentes caminan al son de las charangas a la antigua plaza de toros, donde les aguarda el cañón de espuma que refrescará los sudorosos cuerpos.

Victoria y Ana


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Ana es una chica emo, un estilo actual que bebe de las fuentes indie-punkies de los años 90 y del gótico.
Ropa oscura y ajustada, accesorios con adornos metálicos, piercings, corbata, peinado que cubre una zona del rostro, negándole al observador una parte de su personalidad… Los emo cuidan especialmente la parte sensitiva, emocional, ya que, en definitiva, el término deriva de la expresión anglosajona “emotional hardcore punk”. Uno de sus referentes culturales es el director de cine Tim Burton o el actor Johnny Depp. Les caracteriza su actitud pacifista.
Ana está matriculada en matemáticas. No le gusta el modelo de vida actual. Añora tiempos pasados, en los que se hacía una música creativa y anticomercial. Hoy todo se hace por dinero. Le gusta el hardocore, el IDM, el rock alternativo, el underground, el horror punk.
Victoria va para química. Se siente cibergoth-industrial. Forma parte de una subcultura que encuentra sus raices en el gótico y que se siente profundamente atraida por la ciencia ficción, la música electrónica y las nuevas tecnologías. A Victoria le encantan los ritmos industriales, el hardcore, el metal…y los colores azul y negro.
Son varias las subespecies que se integran en la cultura cyber: cybergoth, biocyber, informatic, terror, militar, industrial, punk, japancyber…
Conocí a Victoria hace unos meses en una biblioteca. Yo estaba tomando unas fotografías y ella preparando la selectividad. Me encantó su estética, así que le propuse quedar para una sesión fotográfica.
Se comprometió a llamarme una vez concluidos los exámenes. Y cumplió.
Ana y Victoria tienen dieciocho años. Y son bonitas por fuera y por dentro. Con la cabeza muy bien amueblada, desconfían de la clase política actual, que levanta todos sus discursos sobre el pedestal de la mentira. Desprecian el vigente modelo televisivo y se consideran solidarias. A Victoria le preocupa especialmente el medio ambiente.
En fin, todo un placer haberlas conocido.

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Primer domingo de agosto. Faltan apenas unos minutos para que den las doce del mediodía. Algunos ancianos, elegantemente vestidos, se dirigen pausadamente hacia la pequeña y recientemente restaurada iglesia, que hoy se abarrotará de fieles.
En la plaza del Ayuntamiento, los integrantes del Grupo de Dance «Santa Bárbara» charlan animadamente. Visten camisa blanca, faldón y calzon negro con adornos blancos y calcetines de este mismo color. Los mozos cubren la cabeza con el tradicional pañuelo. Y en la cintura, una faja roja, que se ayudan a colocar entre ellos.  En la mano la espada, muestra evidente del ancestral origen de los bailes que ejecuta el grupo.
Suenan las campanas. Es llegada la hora de ir a honrar a la patrona del pueblo, Santa Bárbara.
Los bailarines y el resto de la comitiva emprenden el camino en dirección a la iglesia.
Ya en la plaza parroquial, aguardan, con gesto reverencial el cuerpo de baile, la aparición de la Virgen. Por fin, portada en andas por cuatro costaleros vestidos con hábitos blancos, asoma la Santa.
A los pies de la imagen los emblemáticos roscones dulces, característicos de la localidad.
Comienza la procesión por las calles del pueblo. Primero los danzantes, después la Santa, el sacerdote, las autoridades y el pueblo llano.
Ya de regreso, comienza el oficio religioso.
Este que acabo de relatar, es uno de los festejos que se celebran en la localidad de Maleján durante sus fiestas mayores, en honor de Santa Bárbara.
Malejan, con una población de algo más de tres centenares de vecinos, forma parte de la Comarca del Campo de Borja, en la provincia de Zaragoza.
Aunque la Iglesia Católica celebra la festividad de la Santa en día 4 de diciembre, por motivos climatológicos, los vecinos de esta hermosa localidad decidieron trasladar sus fiestas patronales al primer fin de semana de agosto, sin que por ello hayan renunciado a honrar a su patrona también en la fecha que, por santoral, le corresponde.
Además del acto religioso al que me acabo de referir, conviene dejar constancia del antiquísimo baile del roscón, en el que los vecinos bailan cogidos de la mano al son de un cante centenario.
De especial significación, por su valor cultural, es el paloteao, un dance ancestral durante cuya ejecución se comentan en tono jocoso los hechos más significativos ocurridos en el pueblo durante el año anterior.
A título anecdótico señalaré que, según cuenta la tradición, Santa Bárbara, nacida en Nicomedia  en el siglo III, es considerada por la Iglesia Católica virgen y martir.
Convertida al cristianismo, su padre, Dióscoro, la sometió a terribles torturas (flagelación, quemaduras con hierros candentes, desgarros con rastrillos de hierro…) para finalmente decapitarla él mismo. Consumado su horrible crimen, Dióscoro pereció atravesado por un rayo. Por esta causa es considerada patrona de la Artillería, de los electricistas, de los mineros y de otras profesiones en las que se trabaja con explosivos.

Arte funerario

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Simplemente Luís

 

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Sólo se que se llama Luis. Le vi hace unos días, sentado en un banco, con la maleta en la que guarda todo su patrimonio a su izquierda. Vive en la calle. A pesar de ello, erguido, con gesto solemne, soporta con dignidad estos tiempos difíciles que nos toca vivir. Me llamaron la atención sus uñas pintadas de color nazareno, sus brillantes y profundos ojos claros, su corbata, el bastón y el sombrero. Y el bolso. Me acerqué a él para alabar su personalísimo estilo y le propuse hacerle unas fotos. Accedió. Posó amablemente. Nos despedimos y él continuó en su banco, manteniendo la pose altiva, a la espera de un futuro mejor que probablemente nunca llegará para él.

Jovenes budistas

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Vietnam. Un templo budista. En su interior varios niños con hábito de color azul claro y la cabeza totalmente rapada, a excepción de un mechón que nace en el centro de aquella y cae por su mejilla derecha hasta besar el cuello. En  otra estancia,  unos niños de cinco o seis años pintan apaciblemente. Todos son samaneras, término con el que se conoce a los novicios budistas.
El corazón se me encoge. Respeto, incluso admiro, a aquellos hombres o mujeres que deciden abandonarlo todo por mor a la vida contemplativa, pero me sobrecoge e irrita que los adultos decidan el futuro de unos niños que incluso desconocen el alcance del término “vocación”.
Todos esos muchachos de ojos vivarachos consiguen que el lugar rebose de vida. Su acelerado ir y venir de una a otra dependencia contrasta con el andar pausado y reflexivo de sus mayores.

En lo que es el comedor de los monjes, un grupo de adolescentes se afana en preparar las viandas de aquellos. Uno de ellos, lleva en la mano un cochecito de juguete. Descubro entonces que no todos visten hábitos de idéntico color; los hay que son marrón chocolate. Desconozco la razón de tal diferencia.Las puertas del refectorio están abiertas de par en par y los chavales entran y salen de la estancia con total libertad, pero la escena de un muchacho con la cabeza apoyada en las rejas de una ventana lateral del edificio me lleva a disparar mi cámara una y otra vez, tratando de reflejar con una imagen la desvalida situación de esos niños que permanecerán el resto de sus vidas prisioneros de una fe a la que llegaron por decisión de otros.
Los monjes visten de naranja y amarillo. Llegan al comedor y toman asiento junto a las mesas que previamente han preparado los niños. Estos permanecen de pie tras ellos. Todos entonan sus oraciones, ajenos a la mirada sorprendida por lo novedosa de los turistas que, como hipnotizados, tratamos de desvelar todos los secretos que se esconden tras el ritual.

 

Vietnam

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Estamos en la ciudad de Can Tho, la más populosa del Delta del Mekong, con una población ligeramente superior al millón de habitantes.

El Cuu Long, nombre con el que los orientales denominan al río que los occidentales llamamos Mekong, es uno de los más caudalosos del mundo. Viene a la vida en las nevadas cumbres del Himalaya y, tras atravesar China, Birmania, Laos, Tailandia y Vietnam, sus aguas acuden al encuentro de las del Mar de China, depositando en la desembocadura ingentes aluviones que conforman el Delta. El mercado flotante de Cai Rang está seis kilómetros río adentro. Muy temprano, antes del amanecer, centenares de campesinos van llegando con sus sampas cargados con las frutas y verduras que han recogido en la huerta el día anterior.

Los comerciantes les aguardan en sus barcazas. Sobre cubierta, colocada en vertical, una pértiga de madera de la que cuelgan diferentes productos agrícolas. Con ese sistema le informan al agricultor de que están abastecidos del género que muestran. Si el campesino lleva otro distinto se acerca y lo ofrece a un precio determinado. El regateo correspondiente y, llegado el caso, se cierra la operación. Así de sencillo. En menos de cuatro horas todo está vendido y las naves se dispersan a lo largo y ancho del río. Pero durante ese tiempo se desarrolla una actividad frenética. Mujeres lanzando al aire sus productos para que los coja el comprador; jóvenes y ancianos ordenando la mercancía sobre cubierta; hombres y mujeres que con sus sampas van de barco en barco ofreciendo sus productos; pequeños restaurantes flotantes en los que se preparan comidas que se compran y consumen mientras se está trabajando…

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